miércoles, 27 de abril de 2011

Suicide.

Estaba solo para el resto de mi vida, o al menos eso creía. Sé que si lo hubiera meditado aunque al menos fuese por un segundo, hubiese cambiado de opinión. Pero ya era demasiado tarde, la había cagado y, al parecer, echarse atrás era realmente imposible.
Para despedirme había escrito una nota. Corta, sencilla, lo más sincero que jamás se me había pasado por la cabeza. Ahora apretaba el papel entre mis manos con fuerza, como si pudiera colarse una bocanada de aire por la ventana y arrancarme la hoja sin contemplación alguna.
Miré al suelo y la realidad me abrumó de una forma espantosa. La dura baldosa del suelo se había teñido con el peculiar escarlata de la sangre. No, definitivamente no había marcha atrás. Me tumbé en el suelo y saborée la agonía de la muerte en primera persona.
Pocas horas más tarde encontraron mi cuerpo tirado en el suelo del baño. Múltiples manchas de sangre dispersas por mi ropa. Rostro sin expresión alguna. Y una carta sobre el corazón. No fui lo suficientemente valiente para gritar mis sentimientos en su cara. No fui lo bastante valiente para decir “Te quiero” y olvidarme del miedo. No fui lo bastante..  ¡Qué más da! Supongo que los muertos no tienen derecho a enamorarse.
-“Llévate mi vida, no la quiero sin ti.

No hay comentarios:

Publicar un comentario